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Cuando amamos o apreciamos a alguien, queremos que comparta nuestros mismos gustos y pasiones. Nos encanta que vean las series que nos gustan, que prueben nuestros platos favoritos o que lean los libros que nos apasionan. ¿Para qué es esto?
Última actualización: 25 abril, 2022
«¡Quiero que te guste lo que a mí me gusta, que disfrutes lo que yo disfruto y que tengas mis mismas pasiones!». Esto, que puede parecernos imponente y hasta hostil, es algo que muchos de nosotros experimentamos en silencio. Anhelamos que nuestra pareja y amigos tengan los mismos intereses que nosotros. Anhelamos que aquellos a quienes apreciamos disfruten de lo que nos hace vibrar.
Un ejemplo de esto es recomendar una serie y esperar desesperadamente que la vean para comentarla con nosotros. Llevamos a nuestra gente casi a la fuerza al cine a ver ciertas películas, insistimos en que nos acompañen a eventos y hasta prueben la comida que nos gusta. Compartir experiencias es compartir sensaciones y si lo hacemos con cifras significativas el bienestar es mayor.
Lo que nos parece algo de lo más común (y comprensible) en realidad contiene un mecanismo neurológico fascinante. Los seres humanos estamos programados para querer que los demás tengan ideas y gustos similares a los nuestros.. Este sentimiento es la base de la comunidad, del grupo social. Personas unidas por realidades, metas y pasiones similares.
Los opuestos pueden atraerse, pero en realidad solo aquellos que comparten gustos, valores y aficiones comunes construyen relaciones más estables.
Compartir gustos afines con otras personas media en nuestro bienestar psicológico.
Quiero que te guste lo que a mí me gusta: algo que todos queremos
Hay quienes simplemente sugieren, mientras que otros nos imponen sus gustos. Todos tenemos el clásico amigo que siempre nos recomienda libros, series, deportes, tipos de gastronomía y hasta productos de belleza. Esperan que probemos, leamos o veamos rápidamente lo que les gusta porque, según nos cuentan, disfrutan mucho más las cosas así.
Es cierto que a veces es molesto, pero la verdad es que nos gusta vivir experiencias comunes y compartir sensaciones con aquellas figuras que nos resultan significativas. Sin embargo, siempre hay un límite. Porque algo que puede darse en muchas relaciones es precisamente esa presión, ese zumbido chantajista: el de “quiero que te guste lo que a mí me gusta”.
Cuando la sugerencia desaparece para dar paso a la imposición camuflada casi como amenaza, surge indudablemente el problema. Al fin y al cabo, la armonía en cada vínculo está en compartir libre y espontáneamente una serie de afinidades. Esa es la magia. Sin embargo, hay quienes procesan cualquier discrepancia como una señal ineludible de que la relación puede estar en crisis…
La similitud es la base de la atracción entre las personas a la hora de iniciar una relación o amistad. Descubrir a alguien que comparte aficiones, valores y pasiones como las nuestras siempre es emocionante.
Compartir gustos similares nos ayuda a seguir validando las relaciones
La investigación de la Universidad Estatal de Illinois apunta a algo relevante. Las similitudes generan atracción. Es decir, cuando conocemos a alguien que se parece a nosotros, que tiene casi los mismos gustos, pasiones y aficiones, surge el “enamoramiento emocional”; bueno para empezar una amistad o una relacion.
De esta forma, cuando descubrimos algo interesante que nos emociona y sorprende, también necesitamos compartirlo con aquellos que, teniendo tantas cosas relacionadas, también pueden disfrutarlo. Compartimos para reforzar y validar el vínculo y también para lograr las siguientes dimensiones:
- Ampliar la relación a través de experiencias comunes.
- Evaluar la relación comprobando que seguimos disfrutando de dimensiones similares.
- Promover una interacción positiva y enriquecedora.
- Quiero que te guste lo que a mí me gusta, porque me gusta más así. Es decir, al compartir experiencias, todo se siente más trascendente.
El cerebro prefiere los polos iguales a los polos opuestos.
A pesar de la leyenda popular que insiste en que los opuestos se atraen, la realidad nos dice que aunque se atraigan, no duran. Es decir, para que cualquier relación se mantenga estable y feliz, necesitamos tener más similitudes que diferencias.
Es más, investigadores del Wellesley College y de la Universidad de Kansas indican en un estudio que en las amistades, por ejemplo, las similitudes determinan la estabilidad de ese vínculo.
También se hizo hincapié en que estas similitudes no deberían ser anecdóticas. Preferimos a las personas que son como nosotros en aspectos que realmente nos importan. tales como actitudes, valores, estilos de personalidad, comportamientos, etc.
No basta con tener los mismos gustos cinematográficos o literarios. Queremos que a los demás les gusten aquellas realidades que consideramos relevantes.
Esto desmonta, una vez más, la idea de que a veces la atracción proviene de polos opuestos. Puede haber cierta curiosidad, pero no seremos capaces de convivir, ni de disfrutar, ni de ponernos objetivos comunes con alguien con quien apenas sintonizamos.
Los desacuerdos, los choques ideológicos y de valores son los que más generan distanciamiento en una relación.
Quiero que te guste lo que a mí me gusta, pero sé que no siempre será así.
La similitud percibida nos gratifica. En otras palabras, muchas veces las personas necesitan que a los demás les guste lo mismo que a nosotros para saber que la magia sigue existiendo en la relación. También porque así, como bien hemos señalado, se disfruta mucho más de las pasiones.
Sin embargo, se debe aceptar que esta similitud nunca será 100% perfecta. Esa serie que hemos visto y que nos ha fascinado, puede aburrir a nuestra pareja o mejor amigo. Y ese acontecimiento no es el fin del mundo. Lo decisivo es compartir los mismos valores, propósitos, filosofía de vida y más de una pasión o afición en común.
Las pequeñas diferencias, si se respetan, son solo eso, anomalías insignificantes que nos hacen reír.
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