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La comida no solo nos cautiva por su olor o su sabor. El sonido también importa, tanto que todos los productos crujientes son como música para nuestros sentidos, algo que encierra significados para el cerebro.
Última actualización: 19 de mayo de 2022
Papas fritas. Rollitos de primavera. La cobertura de chocolate de un helado o un pastel. Pan recién horneado… ¿A quién no le gusta la comida crujiente? Es muy raro encontrar a alguien que se sienta incómodo con el crujido de la comida que explota en su boca. Y la razón de ello está, una vez más, en el fascinante mundo de la neurociencia.
Este fenómeno se llama “música de mascar”. y es una sensación auditiva muy importante para el ser humano. ¿La razón? Muy sencillo, porque nos ofrece información sobre el estado de ese alimento. Tomemos, por ejemplo, la experiencia de morder una manzana que es tan suave como el algodón. Lo más probable es que sintamos repugnancia y lo tiremos.
Cuando un alimento es crujiente, el cerebro lo interpreta como apetitoso y saludable. La manzana que no hace ruido cuando la muerdes probablemente esté demasiado madura e incluso podrida. Los datos son muy interesantes, pero aún hay más explicaciones que nos sorprenderán aún más…
Aunque el sonido no aporta ningún beneficio nutricional, es un estímulo para fomentar la propia alimentación.
Si queremos crear recetas memorables, no solo debemos cuidar la apariencia y el sabor. El sonido de la comida en la boca tiene un efecto muy emocionante.
Los alimentos crujientes, una tentación no siempre tan saludable
Los grandes chefs saben que el sonido es importante en el mundo de la comida. Es cierto que un producto nos «entra» primero por la vista, luego por el olfato y luego por el gusto. Sin embargo, el sonido y en concreto todo lo crujiente nos cautiva por completo.
Más aún, en el campo del marketing saben que El envasado de alimentos es decisivo. Los amantes de las patatas fritas disfrutan abriendo la bolsa de este tipo de snack. Además, cuando compramos una barra de pan, lo primero que hacemos es apretarla con las manos para sentir su crujido. Así valoramos que su elaboración sea reciente y que, por tanto, sea bueno para consumir.
Charles Spence es un psicólogo experimental de la Universidad de Oxford que lleva años investigando la neurociencia de la alimentación. Estudios, como el que publicó en 2015, nos señalan algo relevante sobre este tema. Cualquier producto crujiente y agradable es procesado por el cerebro como saludable. Es cierto que no siempre se cumple este criterio, pero es un instinto al que difícilmente podemos resistir…
“La cocina es el arte más multisensual. Y trato de estimular todos los sentidos”.
-Ferrán Adriá-
Para el estrés, alimentos crujientes
Ball State University realizó una investigación reveladora. Cuando las personas lidiamos con el estrés, mostramos necesidades alimentarias muy específicas: buscamos productos crujientes. También dulce y salado. El origen es que son reconfortantes para el cerebro, potencian la producción de serotonina y tienen un efecto calmante.
Es decir, no sólo nuestros mecanismos neurológicos nos convencen de que todo lo que cruje en nuestra boca es -en apariencia- más sano. Además, esa experiencia de tener una papa frita o una galleta en la boca es catárticanos relaja y nos da una sensación de bienestar lo suficientemente intensa como para reducir el estrés.
Muchos productos crujientes tienen grasa (y al cerebro le encanta)
Lo hemos estado señalando. De alguna manera, el cerebro asume que todo lo crujiente es saludable, bueno y vale la pena comerlo. Es cierto que las frutas y verduras (entendidas como productos saludables) cuando están en su punto óptimo estallan en nuestra boca de forma crujiente.
Sin embargo, hay alimentos poco saludables y ricos en grasas que también generan esa irresistible “música de masticar”. Esto se explica por un hecho, y es que el cerebro tiene especial predilección por los alimentos ricos en grasas, sal y azúcar. Le gusta tanto que incluso nos premia con dopamina, endorfinas, serotonina…
Cuando un alimento no está crujiente se percibe como menos agradable.
El sabor permanece más tiempo en la boca (y se disfruta más)
Hay otro aspecto no menos interesante que también explica por qué tenemos predilección por los alimentos crujientes. Este factor radica en la cualquier producto que cruje requiere más masticación y, por tanto, pasa más tiempo en nuestra boca. El deleite, por tanto, es más intenso.
Por ejemplo, no es lo mismo tomar una sopa que una pizza crujiente de queso. Este último requiere más tiempo para consumir y el disfrute se extiende tanto como la propia mozzarella.
Además, las grandes marcas de patatas fritas utilizan los toppings más apetecibles en sus productos para intensificar ese tiempo de masticación. Cada snack tiene los sabores más intensos (barbacoa, pimentón, queso, jamón, etc.). La experiencia de comer este tipo de productos se convierte en la más multisensorial.
No solo nos encanta abrir las bolsas y olerlas. Por lo general, nos deleitamos mucho más con su sabor a medida que sentimos el estallido de cada crujido en la boca. Toda esa sinfonía de sensaciones es altamente adictiva; Tanto es así que pocas veces empezamos un paquete sin terminarlo..
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