“La Hija Oscura” es una película que nos habla de esa maternidad que pesa demasiado, que a veces roba identidades y carga la mente con sentimientos de culpa. Sus protagonistas son mujeres con las que es muy fácil identificarse.
Última actualización: 07 marzo, 2022
La hija oscura (La última hija) es un homenaje a ese reverso de la maternidad del que no siempre se habla. Ese donde el yo es, en ocasiones, saqueado por niños tiranos que pesan sobre los brazos, que frustran el desarrollo profesional y que nos hacen dudar sobre el verdadero deseo de ser madres por momentos. Dimensiones todas ellas que siempre acaban en el amargo sentimiento de culpa.
De hecho, la propia película tiene su inicio en una imagen no menos metafórica. Una mujer camina en la penumbra del atardecer hasta el borde de una playa, donde se desploma, donde cae casi sin vida, exhausta. Esa imagen no es más que el epílogo de una historia llena de claroscuros, matices y vetas feministas donde aparece la eterna y desesperada contradicción de la vida misma.
Esta producción, bellamente protagonizada por Olivia Colman y dirigida por Maggie Gyllenhaal, ha traído consigo numerosos premios y varias nominaciones al Oscar. Se trata de una correcta e interesante adaptación de la novela de Elena Ferrante que, aunque incomoda y perturba muchas veces, es de visionado casi obligatorio.
«Los niños son una responsabilidad abrumadora».
-Leda, la hija oscura-
La hija oscura o la eterna crisis de la maternidad
La atmósfera de la película es un personaje más que instantáneamente seduce y pronto nos asfixia con una constante sensación de amenaza. La trama comienza con la llegada de Leda Caruso, una profesora de literatura de 48 años a una isla griega. Su objetivo es muy simple: descansar y continuar con su trabajo. Sin embargo, nada más llegar a esa ubicación ya podemos ver que las cosas no serán fáciles.
La fruta de su cuarto está podrida, la sirena de la niebla rompe el silencio de la noche, el relámpago del faro y las cigarras inquietas que gustan posarse en la almohada de la maestra resuelta. Sin embargo, lo más decisivo sucede al día siguiente. Leda busca un lugar tranquilo en la playa para descansar y, de repente, la calma se rompe con la llegada de una ruidosa familia.
La violencia ambiental de la película es casi una constante. Rápidamente la protagonista entra en conflicto con estas figuras por tener voz propia, por no darles su lugar en ese espacio de la playa. Pronto, establece una relación ambivalente con dos mujeres: una embarazada y otra por la que siente una rápida e indefinible atracción. Se trata de Nina (Dakota Johnson) y su pequeña hija, que lo transporta a episodios de su propia maternidad…
Cuando la maternidad borra la identidad de la mujer
La presencia de la joven madre con ese niño siempre agarrado a sus brazos e hiperdependiente evoca recuerdos de la propia Leda. A través de flashbacks descubrimos su historia, la huella de la complicada crianza de sus dos hijas, lidiando a su vez con el intento de avanzar en su vida profesional. Ambas esferas parecen incompatibles y más cuando surge un nuevo amor, apasionado y cegador.
La película nos revela de forma cruda -y real- las escenas más complicadas de la maternidad. De niños exigentes, pegajosos, a veces tiranos, pero siempre necesitados de amor y atención. Una vez más, el foco está en lo complicado que es salir ileso de este proceso, a veces mágico y otras turbulento.
Es un viaje en el que muchas mujeres perciben cómo se diluye su propia identidad mientras se atienden las rabietas de los niños y pasa la vida, con todas sus oportunidades, esas que, tal vez, ya no volverán.
La mirada femenina que se escruta a sí misma y a los demás
La hija morena está dominada por miradas de mujeres que se miran, que se escudriñan unos a otros sin vergüenza, con compasión a veces, amenazadoramente con otras. Entonces vuelven esa mirada hacia sí mismos para tomar contacto con sus propias miserias, con sus propios dramas.
Si hay una función que cumple la literatura y también el cine es traernos personajes incómodos en los que vernos reflejados. Figuras, arquetipos y presencias que revelan las partes más oscuras del ser humano. Leda (Olivia Colman) y Nina (Dakota Johnson) establecen un inquietante vínculo en el que una sirve de espejo a la otra.sino donde emergen sus espeluznantes mundos interiores.
La hija oscura y los traumas silenciados
La estancia de Leda en esta isla griega, lejos de ser idílica, hace que fluyan sus recuerdos del pasado. como la sangre de una herida que nunca cicatrizó. Las emociones se desbloquean como moretones en la piel. El trauma de ciertas decisiones que tomó en el pasado fluye hacia el presente casi como espasmos. Sin embargo, The Dark Daughter no es una película moralista.
En ningún momento se busca justificar ni otorgar perdón a aquellos errores que cualquiera puede cometer. A lo único que se aspira es a que prestemos atención a personas con las que cualquiera se pueda identificar, personas falibles. Como las madres. Porque nada es tan contradictorio y caótico como la vida misma. Y si a veces los niños son pesados y pegajosos, llega un momento en que lo que más pesa es no tenerlos más en brazos…
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